miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los malditos deberes


La Montaña Roja


      Siempre que la visito me pasa. No es enorme, no es imponente pero tiene algo especial y es que está justo donde tiene que estar. La Montaña Roja, esa hermosura hecha de lava que se tiñe con la luz del atardecer, me conmueve de una manera especial, me conecta conmigo, me reflejo en ella y me hace sentir que estoy donde tengo estar. Qué pocas veces sentimos eso de saber que estamos donde debemos ¿no? Qué pocas veces nuestro deseo coincide con lo que estamos haciendo; y diréis “claro, es que es imposible tener siempre lo que deseamos”. Yo no me refiero a deseos puntuales como cuando estás agotada de trabajar y dices, mi deseo es irme al Caribe una semana (o dos) a desconectar, o cuando no te salen las cosas como quieres y piensas en dejarlo todo. No, me refiero a cuando estás haciendo con tu vida lo que debes hacer, y lo sabes. Lo sabes porque lo sientes en tus entrañas y en tu corazón, lo sabes porque has luchado por ello, y lo sabes porque la vida y la fortuna te han acompañado para que puedas hacerlo (que no es poco).

     Qué difícil es estar donde tienes que estar.

     Y me pregunto yo ¿en qué momento una deja de ser quien es para ser lo que los demás quieren que sea? ¿En qué momento se pierde esa autenticidad que te mantiene “conectada”? ¿Será desde siempre así, ya que mamá y papá deciden por nosotros desde que nacemos? ¿Será en la adolescencia, que es cuando perdemos cierta inocencia? ¿Será cuando la obligación de ganarnos la vida nos hace coger “cualquier” trabajo y en él nos enquistamos? ¿En qué momento una deja de ser quien es para ser lo que los demás quieren que sea? No lo sé, probablemente cada persona lo pueda identificar en algún momento de su historia (si es que se acuerda).
       Me gusta observar a los niños cuando me cuestiono este tipo de cosas. Yo creo que la mayoría de los niños y niñas son ell@s mismos; siempre que no se les haya cortado ese flujo de conexión,  están conectados con la vida, con las personas, con los animales y la naturaleza; están conectados con sus intereses y saben qué quieren hacer, saben a qué quieren jugar y saben qué quieren aprender. No digo con esto que haya que dejarles hacer todo lo que quieran ¡cuidado! Ahí tienen que estar los adultos responsables poniendo límites, diseñando el “espacio” por el que se pueden mover los peques sin caerse al vacío: poniendo suelos, muros y puertas para dejarles muy clarito que solo ahí se pueden mover libremente (¡y cómo lo agradecen!). La libertad requiere de muchos límites a los cuales el niño/a se agarra para poder desarrollar su propia responsabilidad.
     
     ¿Qué pasa con el espacio escolar? Lo mismo. Cuanto más claros estén los límites, mejor sabrán desenvolverse los niños y niñas. Y es cada colegio el que decide cuántos límites poner y en qué sentido. Y, aunque suene contradictorio, cuanta más libertad se quiera dar, más límites debe haber.
       Ya sabéis que yo apuesto por una educación en la que la elección de aprendizajes sea libre; puede haber mayor o menor oferta de clases y talleres, pero es fundamental respetar los deseos y ritmos de cada persona y no ejercer ninguna presión negativa (considero que presionar a un niño que ha abandonado un proyecto al encontrar una dificultad para avanzar, y explicarle que no debe dejarlo a medias, sería una presión positiva).

Cuando hay libertad se aprende con pasión, pasión irrefrenable que te hace querer saber más y más de lo que a veces incluso ya sabes. No es raro ver a niños/as que salen de una escuela libre y quieren seguir aprendiendo de aquello que han escuchado ese día o de algo que han descubierto jugando con sus amigos y amigas. Algunos/as dedican gran parte de la tarde a seguir aprendiendo. "Papá ¿puedo ver ese documental de dinosaurios?", "mamá ¿podemos ir a la biblio a sacar un libro de minerales?", "Carla ¿me puedes dar hojas para hacer sumas en casa?" etc.
    ¿En casa? ¡Quieren seguir haciendo cosas en casa! ¿Y nadie les ha obligado?…aquí pasa algo raro.

        Ya sabéis por dónde voy ¿no? Los deberes, sí, ese monstruo que aterra a niños, niñas, madres y padres, con los que parece que nadie está de acuerdo pero que siguen teniendo un gran protagonismo en la mayoría de colegios y de casas. Creo que la existencia de deberes (la palabra implica ya obligatoriedad, si no me equivoco) es una muestra clarísima de la enfermedad del sistema educativo.
        Tenemos que obligar (bajo amenaza) a niños y niñas a que hagan unas tareas, los deberes, porque si no...¡No los harían! ¿Por qué? Porque antes que eso ya les tenemos
que obligar para que aprendan, para que aprendan un montón de cosas porque sí, porque así lo dice un guión en el cual ni han participado, ni les suele interesar demasiado. Tan poco les interesa, que tenemos que enseñarles los mismos contenidos año tras año a lo largo de la Primaria para asegurar que algo les queda. Qué pena ¿no?
          No solo les hacemos daño con esa obligación sino que mientras tanto, les mantenemos alejados de su verdadero interés a la fuerza, ejerciendo una autoridad que no tienen más remedio que soportar.  

        Si los niños y niñas amaran lo que aprenden, aprenderían de verdad, de forma continuada y con naturalidad: cuando acompañan a la compra, cuando cocinan, cuando ayudan, cuando juegan, etc… y no habría tanta división entre lo que hacen en el cole y lo que hacen en casa. En casa tienen que disfrutar con sus cosas y su familia, y en el cole tienen que disfrutar aprendiendo y conviviendo. La casa es la familia, es la atención, es el amor y es lo que quieran ser. No tenemos ningún derecho como docentes a meternos durante ese horario en las casas y hacer a las familias cómplices de algo en lo que no creen: hacer que su hijo o hija pase 2 ó 3 horas trabajando en casa después de las 8 horas que ya estuvo trabajando en la escuela.
                 

        ¿Habéis visto este estupendo vídeo de 3 minutos? Conviene verlo dos veces porque la segunda, como ya sabes el final, lo ves de otra manera. Me pone los pelos de punta: "Experimento sobre horarios laborales"   

         Para mí, los deberes son el instrumento que los docentes usamos para que los niños y niñas aprendan y memoricen lo que en clase no se ha podido explicar bien o no se ha conseguido hacer llegar a los 25 ó 30 estudiantes que supuestamente nos escuchan, puesto que es imposible tener la atención del grupo completo, y no todos escuchan entendiendo de la misma manera. Son el instrumento que remarca la absurdez que supone hacerles aprender en una pizarra o un libro de texto lo que tienen al alcance de la mano y deberían manipular durante horas, antes de llevarlo al papel. Pero como eso no es posible en el formato actual, hay que triplicar el tiempo que deben pasar delante de un papel (sufriendo en muchos casos) para que entiendan algo que podrían entender en 15 minutos (disfrutando siempre). ¡Qué le vamos a hacer!

         Pues algo hay que hacer y es urgente. Deberíamos buscar un término medio, a día de hoy, mientras llega el cambio, la tan esperada revolución educativa. Como de momento no se van a hacer libres todas las escuelas (aunque muchas se van adaptando poco a poco a los cambios), ni los niños y niñas van a llegar a casa de repente deseando hacer tareas, yo propondría a los docentes alguna mejora en torno al tema de los deberes en cuestión: 
       Se podría dejar al final de clase un tiempo para practicar lo explicado, aprovechando el trabajo cooperativo entre compañer@s de tal forma que, el que domine el tema, o lo haya entendido claramente, eche una mano a quien tenga alguna dificultad. Además de ese tiempo de clase en el que el docente está presente, siempre se pueden ofrecer actividades complementarias para hacer en casa, si se quiere, con la intención de que puedan ponerse a prueba a sí mismos, y no por tener que rendir cuentas a nadie. Puede haber un blog del colegio donde estén estas actividades y enlaces a juegos interactivos, como ya hacen muchos coles. Lo perfecto sería que hubiera un sistema de autocorrección de dichas actividades para que el/la profe no tuviera que corregir a diario, y tal vez que ofreciera un ratito al día (o a la semana) para recibir, a modo de tutoría, a quien deseara revisar sus tareas.
        También puede haber compañeros/as de clase que quieran ayudar a otros/as en esta línea y deseen dedicar tiempo de patio, por ejemplo, o fuera del cole (incluso vía skype) a acompañar a niños que lo necesiten.
       Creo que lo que es verdaderamente importante es que el estudiante (da igual la edad) se pueda comprometer y desee aprender, y el docente ofrezca instrumentos para que sus alumnos puedan alcanzar los objetivos. Así estarían todos más contentos ¡seguro! Internet ofrece un montón de recursos para aprender cualquier cosa, tanto para alumnos/as de primaria como de secundaria. Espacios como Khan Academy o Coursera, así como muchos blogs de colegios e institutos, ofrecen vídeos explicativos y actividades para aprender prácticamente todos los contenidos del currículo.

      Querid@s compañeras y compañeros docentes, tenemos una enorme responsabilidad nosotros y nosotras, los que estamos día a día al pie del cañón, los que miramos a los niños y niñas cada día a la cara y les obligamos a hacer más de lo que deben, los que a veces, sin querer, les humillamos porque no han traído el trabajo hecho de casa cuando no tenemos ni idea de lo que puede estar pasando en su casa, y los que deberíamos hacerles creer en ell@s mism@s y mantener despiertas sus ganas de aprender. 

      Me declaro totalmente en contra de los deberes tal y como los sufrimos tod@s a día de hoy y más aún con el déficit tan preocupante que hay de JUEGO. Somos muchas las personas que nos lo estamos tomando en serio y debemos seguir pensando con creatividad cómo seguir mejorando y colaborando con el gran cambio, pero tal vez, de momento y para aquell@s que les cuestan los cambios, pequeñas ideas para ir introduciendo mejoras sirven de guía para ir superando el miedo.

       Querida Montaña Roja, gracias por todo lo que me das, tú si que estás donde tienes que estar, y yo... Yo sé que estoy dónde tengo que estar cuando puedo acabar el día nadando en el mar.

       Querido Francesco Tonucci, gracias por la dura realidad que eres capaz de dibujar con tantísima dulzura y amor. Tú sí que sabes mirar y escuchar a esos seres bajitos que tanto nos necesitan.