Hay dos cosas fundamentales (y necesarias) que ofrece La Violeta: el juego y el cuento, actividades tan necesarias para la infancia como comer y dormir.
Por las mañanas me siento en un rincón y observo cómo, aún medio dormidos y dormidas, van llegando los violeteros y violeteras. Tienen un pie en el mundo de los sueños aún y algunos/as ni saludan (claro que eso del saludo es una práctica cultural que están aprendiendo y no suele ser una necesidad), cuelgan sus abriguitos, colocan sus zapatos y se ponen a jugar con "la casita", con muñecos/as, con piezas para construir escenarios o torres, etc. Tienen muy claro con qué quieren jugar, la mayoría no duda ni un instante ni mira alrededor para elegir, ya saben lo que quieren y juegan y juegan y juegan hasta que su deseo está satisfecho, entonces cambian de actividad y... ¡se ponen a jugar, claro! Esta vez con pinturas, letras, muñecos, "la casita" o en la sala de "saltos". Es una absoluta preciosidad y creo que todos y todas deberíamos pararnos con más frecuencia a observarlo.
Viendo esto, siento que el juego es como un puente que les conecta con la realidad y que les ayuda a entenderla. Todos y todas tienen (y tenemos) un chorro de energía "jugadora" que les sale sin querer, es su instrumento de conocimiento del mundo y de sí mismos/as y es imparable. Por eso juegan los niños y niñas, porque es una absoluta necesidad, como respirar o como dormir, y esto lo digo de verdad pero, en realidad y desgraciadamente, esta energía no es imparable, es parable a través de la fuerza, de la imposición cuando no se lo permitimos o cuando lo vemos como algo malo, como una pérdida de tiempo y se escuchan expresiones como "esto no puede ser ¡se pasa el día entero jugando!" o "esta niña solo quiere jugar". Con estas actitudes colocamos a los niños y niñas en un lugar injusto y sólo por hacer algo que les sale de dentro (y que además les ayuda muchísimo), ellos/as no eligen jugar para evitar hacer otras cosas o para fastidiar... Deja a un niño/a jugar y hará mejor el resto de las cosas. Sabemos que si les tapamos la nariz, dejarán de respirar y pueden incluso morir (es obvio y los médicos nos informan de las consecuencias que existen si a un niño/a se le impide respirar durante un rato) pero no es tan sabido (ni nos informan los médicos de ello) que existan consecuencias cuando no se les deja jugar libremente (y digo libremente porque eso es lo importante, que cada cual elija a qué y cómo jugar) porque no son consecuencias visibles ni medibles; lo que sí es visible es que cuando un niño o niña no juega, se oyen comentarios como "a este niño le pasa algo" y se le toca la frente para ver si tiene fiebre.
Peter Gray escribe en su blog un artículo que podéis leer aquí, titulado Tanto trabajar y no jugar convierte a los Baining en la "Cultura más aburrida de la tierra". Los Baining viven en Papua Nueva Guinea. Se conoce con este nombre a un pueblo que se ha ganado la fama de ser tan aburrido que incluso varios antropólogos, después de iniciar un trabajo de investigación, han abandonado por no encontrar nada interesante en él. "Una cultura gris, sin colores, donde jugar es vergonzoso". Sus conversaciones no son frecuentes ni los temas de los que hablan, interesantes.
Peter Gray opina que existe una relación importante entre esa falta de interés que despierta este pueblo y lo poco que han jugado sus habitantes. El juego, la exploración e investigación y otros comportamientos espontáneos de los niños/as están prohibidos y castigados porque consideran que lo natural no es bueno y que para llegar al máximo desarrollo humano hay que hacer cosas alejadas de dicha naturalidad. Los Baining creen, con razón, que el juego es una actividad natural de los niños, y precisamente es por esa razón por la que hacen lo que pueden para evitar que se dé.
Yo no sé si todo lo aburridos que parecen ser estos habitantes de Oceanía es debido a su falta de juego pero sí siento que el juego está muy ligado al disfrute de las cosas, a la alegría y que los niños y niñas que juegan son felices y que la gente que juega es más feliz.
Me pregunto si es necesario parar esa actividad lúdica tan beneficiosa, cuando los "peques" pasan a Primaria (dónde se limita el juego a media hora de recreo), en lugar de poder seguir jugando y jugando libremente durante el horario escolar... Yo estoy convencida de que si dejamos a los alumnos y alumnas jugar, van a ir eligiendo sus juegos en función de lo que la vida les ofrezca y de los misterios y retos que les presente y ¿Acaso no creéis que elegirán jugar con letras y números que les hará adquirir la lectoescritura y las matemáticas? ¿Acaso no creéis que querrán construir, cortar y taladrar y que aprenderán las medidas y el uso y manejo de herramientas? ¿Acaso no tendrán conflictos que resolver y podrán ponerse en el lugar de otros y establecer normas y buscar soluciones? ¿Acaso no es ofrecerles un sin fin de posibilidades que enriquezcan sus vidas sin que haya detrás una obsoleta organización adulta que obliga a todos los niños y niñas de la misma edad a aprender lo mismo y de la misma manera? ¿Acaso no os suena genial?
¿Y si pudiéramos seguir aprendiendo así el resto de nuestra vida? ¿Y si jugar no fuera "cosa de niños" sino "cosa de todos y todas"?
Al menos, mientras encontramos la manera, no les quitemos ese alimento tan necesario a los más pequeños y tratemos de ofrecerles espacios y momentos para que jueguen y jueguen y jueguen.